Hace más de 34 años, la preocupación por las consecuencias negativas del rápido y descontrolado crecimiento de las ciudades llevó a las Naciones Unidas a celebrar la primera Conferencia sobre los desafíos de la Urbanización en Vancouver. Desde entonces, las ciudades han continuado creciendo a un ritmo apresurado. La población urbana que entonces era un 37.9% de la población mundial, hoy alcanza el 56.2% con proyecciones a seguir creciendo hasta 60.4% en 2030. Frente a ello, en la última década, numerosos gobiernos nacionales y locales han adoptado numerosos acuerdos para guiar el desarrollo de sus ciudades: La agenda 2030, el acuerdo de París, y entre otros, la Nueva Agenda Urbana [NAU], firmada en Quito en 2016.
La NAU sostiene que las ciudades – y la decisión de las personas de hacer sus vidas en ciudades – puede contribuir a:
- la prosperidad económica
- el fortalecimiento de instituciones cívicas y culturales
- la equidad social
- la calidad ambiental
Para ello, brinda lineamientos y pretende servir como guía de la planificación y el desarrollo urbano en la próxima década. Con la llegada del 2020, el mundo entró a la “Década de la acción” – el periodo de 10 años durante el cual los gobiernos locales y nacionales, el sector privado y la sociedad civil deben acelerar sus esfuerzos para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible [ODS] y brindar soluciones sostenibles a los retos más grandes del planeta. Y hace una semana, ONU Hábitat emitió el Reporte Mundial de Ciudades 2020. Esta es una evaluación de la situación de nuestras ciudades, y los retos y posibilidades que presentan de miras al 2030.
Pueden revisar el reporte en este enlace.
Tendencias urbanas globales
Cada vez más, las ciudades y líderes ciudadanos se están sumando al cambio global hacia un futuro más sostenible. Uno en el que el desarrollo de las ciudades contribuya a reducir la pobreza, mejore los resultados de sanidad, expanda el acceso a la educación, reduzca las emisiones de carbono, entre otros retos sociales. Muestra de ello, por ejemplo, son los más de 150 países que han adoptado la NAU. Para ello, las ciudades se mantienen centrales. Adicionalmente, se reconoce a los gobiernos locales –los organismos administrativos más cercanos a la población- como importantes actores en el rumbo a un futuro más sostenible.
Uno de los principales retos en la gestión de las ciudades es el acelerado crecimiento del suelo urbano. En países en vías de desarrollo, el área urbana creció en un ratio de 1.8:1 respecto del crecimiento de la población desde 1990, con implicaciones en el consumo energético, generación de emisiones de gases de efecto invernadero [GEI], cambio climático y degradación ambiental. Asimismo, tanto la inequidad en múltiples dimensiones se mantiene como una tendencia en áreas urbanas. Se ha agravado para dos tercios de la población urbana mundial desde 1980. Particularmente importante es el tema del acceso a vivienda. Actualmente 20% de la población mundial vive en inadecuadas, de los cuales más del 60% viven en asentamientos informales y precarios. Los altos niveles de asequibilidad significa que, para los hogares de menores recursos, la única alternativa son niveles inadecuados de vivienda y asentamientos precarios. Esto se ha vuelto aún más evidente con la crisis sanitaria del coronavirus. Se calcula que empujará a 71 millones de personas a la pobreza extrema este año – el primer aumento en la pobreza global desde 1998.
Mientras el mundo entra en recesión, las ciudades – que sufrieron la peor parte al inicio de la pandemia- tendrán que enfrentar una disminución de los ingresos. Además, dispondran de menor de financiamiento para proyectos de desarrollo urbano.
El valor de la urbanización sostenible
Las ciudades son centros de producción económica y cultural y espacio de desarrollo social y ambiental. Por ello, el discurso sobre las ciudades ha cambiado de entenderse como retos a verse como claves en los objetivos de desarrollo. Cuando bien planificadas y gestionadas, crean valor económico, social y ambiental. Además crean condiciones intangibles que mejoran la calidad de vida de los residentes en formas tangibles y significativas. Las economías urbanas dirigen el desempeño económico de los países. Sean economías basadas en los recursos (centros logísticos), en el consumo (centros comerciales), o en el conocimiento (ciudades universitarias, clústeres de innovación), todas requieren áreas metropolitanas y equipamiento para prosperar. Sin embargo, es importante reconocer que el valor social de la urbanización sostenible no es una consecuencia natural del crecimiento económico.
La creciente evidencia sugiere que incrementar la inversión en áreas urbanas no aborda el problema de la pobreza e inequidad, por lo que debe acompañarse de políticas de equidad que permitan a los grupos de bajos ingresos y en desventaja beneficiarse de tal crecimiento. Por otro lado, la urbanización no implica intrínsecamente un riesgo al medio ambiente natural. Las ciudades cubren sólo 2% del área terrestre global, y en cambio – cuando están bien planeadas y compactas – pueden generar un inmenso valor ambiental con un uso energético eficiente. Para lograrlo, son cruciales instituciones cívicas y culturales sólidas (constitución, leyes, normas sociales, costumbres y tradiciones) que provean una superestructura para que el valor de la urbanización se realice plenamente y conduzca a una prosperidad inclusiva y una mejor calidad de vida. La urbanización continuará siendo la fuerza principal de crecimiento global. Por ello, se requiere un planeamiento, gestión y gobernanza efectiva que pueda capturar el valor de la urbanización en un proceso verdaderamente transformativo.