Solemos promover el tema del patrimonio urbano monumental de la ciudad cuando ocurre algún evento que provoca la pérdida de alguno de los edificios que lo conforman; sin embargo, la realidad es que debemos apuntar a la conservación preventiva, la cual consiste en promover todos los mecanismos de gestión para impedir que se llegue a la pérdida material de alguno de los elementos que componen nuestra riqueza cultural. En el caso del Edificio Giacoletti, su pérdida no es sólo por el edificio en sí, sino que se ha perdido un pedazo del conjunto urbano de la Plaza San Martín, la cual es el resultado de un proceso de transformación y crecimiento de la ciudad, conformando en sí un pasaje muy importante de nuestra historia urbana.
Lo que actualmente conocemos como la plaza San Martín es un espacio que desde siempre ha sido importante en la estructura física de Lima, distinguiéndose cuatro periodos claramente diferenciados: el primero corresponde a la etapa prehispánica, cuando el área era el cruce de importantes caminos de comunicación; un segundo periodo corresponde a la creación del Monasterio de la Encarnación y el convento- hospital de San Juan de Dios que hasta 1851, durante el periodo del Mariscal Ramón Castilla, sus instalaciones se convierten en la Estación del Ferrocarril Lima – Callao; mientras que, parte del convento de la Encarnación pasa a ser la Estación Lima – Chorrillos. El tercer periodo corresponde a la gestión del alcalde Elguera, quien manifiesta que el cruce de vías del ferrocarril cortaba el libre paso del Jirón de la Unión, además de mostrar preocupación porque lo que quedaba del antiguo convento de la Encarnación correspondía a una casona en proceso de tugurización, a raíz de lo cual plantea la creación de una plaza que se concretó bajo un convenio de cesión de terrenos. A partir de este momento se desarrolla el cuarto periodo, que corresponde a la creación de la plaza en sí.
Para este periodo la ciudad toma conceptos difundidos por el urbanismo europeo, que ya desde el Renacimiento había tomado como base las enseñanzas previas de Vitruvio respecto al círculo y el cuadrado como formas perfectas que debían servir de base a todo diseño aceptable. Bajo esta premisa se crearon plazas de formas geométricas marcadas por grandes volúmenes en forma ordenada; tal es el caso del conjunto capitolino de Miguel Ángel, donde la plaza está pensada como el marco arquitectónico para contener un monumento. Estos principios fueron retomados y expandidos por la urbanística barroca de los siglos XVII, XVIII y la neobarroca del siglo XIX, teniendo como centro arquitectónico la Escuela de Bellas Artes de París, cuyas enseñanzas en materia de urbanismo influyeron en la mayoría de los países sudamericanos, a través de una arquitectura uniforme que envuelve espacios abiertos dándole un carácter escenográfico a las plazas con sus jardines, y un sentido de “infinito” a las grandes avenidas flanqueadas de árboles denominadas “bulevares”, en las cuales se nota el predominio del aspecto formal de los volúmenes arquitectónicos.
Bajo estos criterios se propone, con el Plan de las Grandes Avenidas de Piérola, la idea de una plaza concebida como un espacio monumental de carácter metropolitano, que adquirió un formato más definido en términos urbanísticos y contenido conmemorativo durante la administración municipal de Luis Miró Quesada, y su intención de transformar esta zona como el escenario para contener el Monumento a San Martín del escultor español Mariano Belliure. Con este fin Ricardo Malachowski realiza la primera propuesta a nivel de anteproyecto en 1912 y Bruno Paprocki presenta la propuesta final en 1916, de la cual únicamente se mantuvo la ubicación central del monumento. Con el gobierno de Leguía la obra adquiere verdadera importancia, creando una comisión integrada por Enrique Swayne, Eulogio Romero y Alfredo Piedra, así como la designación de Piqueras Cotolí como el encargado del proyecto definitivo de la plaza. El proyecto original de Piqueras se mantuvo durante 8 años hasta que, en 1934 con motivo del IV Centenario de fundación de Lima, la municipalidad creó una comisión técnica bajo la dirección del Ricardo Malachowski, a fin de remodelar la plaza y hacerla más sencilla y económica.
Por su puesto, tal y como lo hemos expresado antes, bajo los criterios del urbanismo moderno, una plaza no se convierte en un ambiente urbano monumental si no se presenta dentro de un contexto remarcado por las edificaciones que se ubican a su alrededor; es así que, inmediatamente después de la inauguración de la Plaza empezaron a proyectarse a su alrededor edificaciones como El Club Nacional (1924) de Malachowski y Bianchi, el Hotel Bolívar (1924) de Rafael Marquina, El Cine – Teatro San Martín (1925) de Emilio Harth-Terre, los Portales de Zela y Pumacahua (1926) de Rafael Marquina basados en la propuesta original de Piqueras Cotolí y el Cine Metro (1936) de Payet; los cuales se complementaron con los edificios pre-existentes del Teatro Colón (1912) de Claude Sahut y el Edificio Giacoletti (1912) de los hermanos Masperi.
Para fines de la década de 1920 e inicios de 1930 la plaza ya estaba casi totalmente configurada, ofreciendo una imagen moderna de la ciudad, además de su importancia por ser el punto de convergencia entre el Jirón de la Unión, la avenida La Colmena, la calle Belén y el paso hacia la Casona de San Marcos y la Universidad Católica, lo que permitió la proliferación de múltiples cafés, restaurantes y la librería “Plaisier de France”. Todo esto generó que la Plaza San Martín se convierta en el centro de la Lima Moderna, la cual no sólo crecía física y espacialmente, sino que además empezaba a desarrollar su vida social y política, encontrando su escenario principal en este espacio. Tal y como se manifiesta en el artículo de Caretas de 1997 “Ahí se reunieron verdaderas multitudes para recibir a Haya, desagraviar a Bustamante y Rivero, consagrar a Belaunde y, más recientemente, para rechazar la estatificación de la banca bajo el liderazgo de Vargas Llosa. Y haciendo memoria, en julio de 1941 acogía a una muchedumbre -que rebasaba sus contornos- para decirle a los ecuatorianos «Tumbes, Jaén y Maynas ni de vainas»; además, cabe recordar que aquí se desarrolló la “Marcha de los Cuatro Suyos” del año 2000, el mitin del 2005 de Alan García y donde año tras año nuestra sociedad expresa su sentir como país democrático.
Por lo tanto, es imprescindible entender que cada edificio de la ciudad corresponde a un espacio y a un pasaje de la historia; en este caso, el conjunto urbano de la plaza San Martín y sus edificios periféricos se inscribe dentro del campo de la arquitectura y el urbanismo, en lo que respecta a la evolución del espacio urbano de Lima como manifestación de una nueva ciudad moderna, optando por la creación de un espacio en el que se desarrolle la nueva sociedad de la Lima moderna y que signifique, luego de la Plaza Mayor, el espacio más importante de la ciudad. La Plaza San Martín y sus edificios representan la manifestación física de un periodo de búsqueda hacia una ciudad nueva, es el paso entre la ciudad antigua virreinal y la nueva etapa de ciudad moderna y con un carácter mucho más cosmopolita, en la cual se desarrolla una estética basada en fundamentos nacionales. Es por eso que la pérdida de este edificio es mucha más que perder un bonito edificio, significa perder una fracción de historia y testimonio físico del escenario donde, desde sus inicios en 1920, se desarrolló y expresó libremente la sociedad peruana.
Autor: Arq. Agueda Pérez García.
Contacto: arq. aguedaperez@gmail.com
Fuentes:
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- LUDEÑA URQUIZO, Willey. Tres Buenos Tigres. Piqueras, Belaúnde y la Agrupación Espacio. Vanguardia y urbanismo en el Perú del siglo XX. Colegio de Arquitectos del Perú-Región Junín, Huancay, 2004 (190pp).
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- TORD ROMERO, Luis Enrique. Lima Antigua (1562 – 1947). Lima, 2007 (139 pp)
OPINIÓN VeMás:
El valor del contexto urbano de la Plaza San Martín ha sido vulnerado; con esto, se rompe un palimpsesto histórico, cuya riqueza cultural, social y arquitectónica es incuestionable.
Creemos que hoy en día, es tendencia en muchos países del mundo que empresas privadas pongan en valor las propiedades con valor histórico a cambio de algún uso comercial o incrementar el valor de reventa de la propiedad. No sabemos cuál ha sido la causa del incendio en este caso, pero creemos que tanto las autoridades como el sector privado deben contribuir con la formación y la recuperación de la ciudad, al igual que deben siempre ser responsable de sus inversiones.
La conservación de estos edificios, y no solo edificios sino todo el Damero de Pizarro que se considera patrimonio cultural mundial declarada por la UNESCO, debe llevarnos a reflexionar, a valorar el patrimonio histórico como un valor agregado impagable y mayor al estético con el fin de preservar nuestra memoria para poder compartirla con futuras generaciones, recobrar el orgullo y sentido de pertenencia que tan importante es para integrar una sociedad.