En mi experiencia, el urbanismo está plagado de dogmas que a menudo nos impiden abordar los problemas fundamentales. Uno de los conceptos que más se presta a esta rigidez es la gentrificación. En Lima, por ejemplo, se ha debatido mucho sobre la gentrificación en el distrito de Barranco. Sin embargo, antes de 2008, la realidad de este distrito era muy diferente: una población envejecida y de menores recursos económicos habitaba una zona conocida por su peligrosidad, marcada por problemas de drogas, delincuencia, alcoholismo y gran vacancia o desocupación de sus monumentos y casonas.
A partir de ese año, se reestructuraron los parámetros urbanos y se gestionó una especie de alianza entre la municipalidad, desarrolladores inmobiliarios y el ministerio de cultura; lo que atrajo a una nueva y joven población al distrito, quién no se acuerda los comerciales de proyectos inmobiliarios en ese distrito dirigidos específicamente a los Millenials y hispters (población que en esa época recién cumplíamos 25 años). Cabe destacar que la población mayor no fue desplazada sin más; se les ofreció la opción de canjear o vender sus terrenos, lo cual, en mi opinión, diluye en parte la idea de gentrificación en este contexto.
Debemos estar atentos a los verdaderos factores que causan el subdesarrollo en nuestras ciudades. Estos suelen ser problemas legales, como la falta de regularización de asentamientos humanos o conflictos de herencia, problemas de acceso a servicios básicos como agua y electricidad, o limitaciones impuestas por la presencia de monumentos o instituciones que afectan la accesibilidad y la edificabilidad de las zonas.
Al comprender estos problemas subyacentes, es posible diseñar estrategias de regeneración urbana que preserven la identidad de la zona y mejoren la calidad de vida de la población local. Sin embargo, es crucial no romantizar un fenómeno tan complejo como la gentrificación. Al no entender correctamente el problema, corremos el riesgo de etiquetar erróneamente a un sector como “potencialmente gentrificado”, lo que puede llevar a congelar cualquier acción de mejora estructural que esa área urbana necesite.
Para resolver el problema nuestro colosal déficit de demanda de vivienda y sub oferta, es fundamental abandonar el enfoque dogmático y enfrentarnos a la realidad con una visión integral que permita el desarrollo sostenible y equitativo de nuestras ciudades.